jueves, mayo 17, 2007

Atravesando el caos

Alberto Panduro - corresponsal en Chaos-city Buenos Aires

La noticia publicado anoche en los medios de prensa sobre una abrupta desición de tomar medidas de fuerza por parte de los empleados del Subte porteño fué el presagio asiago de que hoy la cotidiana tarea trasladarse de un punto a otro de la ciudad sería algo mas complicada ...

El caos comenzó a notarse desde temprano, ya a las 8 AM se notaba un incremento la cantidad de automóviles en las calles, la cual ya igualmente es demasiada.
A las 8:40 AM los colectivos circulaban raudos con exceso de pasaje y muchos pasajeros eran dejados de seña en la paradas.
Detener a los trenes subterráneos es como colocar un torniquete en una extremidad de una persona, mas específicamente en el cuello de esa persona.

En la ciudad-caos se vive en una continua sencición de tensión, daría la sensación de que en cualquier momento algo puede estallar. Todos caminan nerviosos mirando de soslayo atentos a la posibilidad de que en cualquier momento nuevamente el caos, ese demonio negro de asfalto y ollín, vuelva a apoderarse de todo. Existe en el inconsciente colectivo una presunción de que alguien hará algo que causará que sea una aventura trasladarse hacia el lugar de trabajo, a la escuela, al hospital. El sindicato tal o cual decide hacer huelga y dejar así sin transporte a miles de personas que corren a colapsar algún medio de transporte alternativo ... 20 personas muñidas de sus respectivas cubiertas viejas y bidones de nafta realizan un piquete cortando alguna arteria fundamental de la ciudad ... los indignados usuarios de algún medio de transporte se violentan y destruyen coches y boleterías ... una piloto de automovilismo frustrado se enrosca contra un columna de alumbrado en la autopista y a los pocos minutos hay kilómetros de embotellamiento. En definitiva, se ha instanlado la sospecha que cualquiera de los que caminan alrededor puede hacer algo que corte la circulación.

Y la aventura que viviremos no será presisamente una aventura de película: colas interminables en las paradas de buses, peleas en las esquinas para tomar un taxi, eternos embotellamientos con coros de bocinas, palazos y gomazos ante la eventual represión policial. Y la consecuencia inevitable: llegar tarde, cansado, con un humor pésimo y la sensación de que no hay vida que vivir.
El sentimiento de que desprotección es abrumador, causa primeramente un acceso de cólera pero luego decae en resignación y la certeza de que nadie puede nada contra el caos. Cualquier grupo medianamente organizado puede a su arbitrio cortar la circulación en cualquier momento, el caos sobrevendrá y nadie hará nada para detenerlo.

Aquellos que tienen la vista en el horizonte ya han resuelto este problema hace tiempo: el presidente de la nación se traslada en helicóptero.

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