miércoles, julio 18, 2007

Inferioridad de condiciones

Mi mujer está embarazada de 8 meses y medio al momento que escribo este relato.

Me había comentado ella que al intentar viajar en colectivo en Rosario, nadie le cedía el asiento cuando ella abordaba a un coche. Ni el chofer lo pedía por ella tampoco, tal como corresponde por ordenanza municipal, ya que los primeros asientos de la hilera doble son para personas con dificultades para moverse, discapacitados, embarzadas, etc. Ella se avergonzaba de la situación y prefería viajar de pié. Conforme la pansa fué tomando volumen y se hacía mas evidente, el los viajes en colectivos se hacían mas peligrosos con lo cual ella decidió optar por no tomar mas colectivos en horarios pico.

Me costaba creerlo. "Si le reclamás al chofer, tiene que hacer que te cedan un asiento, es una ordenanza", le decía yo. Ella no quería crear una situación violenta en el colectivo, aquellos que viajan saben perfectamente que deben ceder el asiento, y no lo hacen, "es vergonzoso" me decía.

Un domingo por la tarde tomamos la línea 142 que conecta zona oeste con el centro de Rosario en dirección al centro. El coche venía semi vacío y encontramos dos asientos contiguos en la hilera doble, tercera fila.
Sentado ahí comencé a observar como subían mujeres embarzadas, ancianos, personas cargando niños, y nadie les cedía el asiento. Indignado al ver que los ocupantes de las dos primeras filas delante nuestro miraban al techo, cedí el asiento a una mujer que cargaba a un bebé. A mitad del recorrido esta persona descendió del coche y volví a sentarme junto a mi esposa. A las pocas cuadras aborda el coche una mujer embarzada, y acontece la misma situación, y nuevamente me veo obligado a ceder mi asiento con verguenza agena.

Podemos quejarnos mucho sobre lo muy malos que son los servicios de transporte público en nuestras ciudades, de la corrupción de los funcionarios, de la decidia de los empleados, de los malos tratos, de la mugre, de los retrazos, pero estas faltas de cortesía son cosas con las cuales los usuarios nos agredimos mutuamente.

Desconozco que pasará por la cabeza de alguien que sabiéndose en el deber hacer un mínimo gesto como el de ceder una butaca (que no es de su propiedad) en un colectivo igualmente no lo hace. Se trata de una cuestión de solidaridad; lo que establece la diferencia entre una comunidad y una orda es la atención que nos dedicamos los unos a los otros. Si las agresiones aumentan y superan a los gestos de cortesía, es señal de que algo anda mal. El avasallamiento de los derechos que las personas en inferioridad de condiciones tienen como propios y naturales es muy frecuente en nuestra sociedad: ancianos a quienes el sistema previsional no sostiene con dignidad, niños que son utilizados y/o abusados por adultos, discapacitados que no pueden moverse con libertad en las ciudades por falta de instalaciones, se han vuelto moneda corriente en nuestro país. El hecho de que observemos esto con indiferencia es un síntoma de nuestra pronunciada decadencia y enfermedad en cuanto a sociedad.

Desde este pequeño lugar hago votos porque comencemos a cambiar nosotros primero para mejorar nuestra calidad de vida.

martes, julio 03, 2007

Fauna del subte

por Alberto Panduro - corresponsal en Buenos Aires capital del Caos

La inclemente campanilla del reloj despertador y las millones de agujas del frío. Una entrada a un túnel en el piso succiona a las gentes y de repente aparecenmos disparados por los túneles del subte, las luces pasan por a nuestro lado con monotonía, por una bifurcación del túnel aparece una marea humana que ha bajado de otro tren, muchos se unen a nuestro recorrido.
Aire enrarecido como el aliento de alguna criatura subterránea, aire caliente en pleno invierno, el subte tiene su propio microclima que se manteniene inerte todo el año merced de la falta de ventilación adecuada, los equipos eléctricos, la estrechez de los pasillos y los millones de pares de pulmones que luchan a diario en su interior.
Sobre el andén, indefectiblemente todos pisan la línea amarilla y se balancean dormidos. Una nueva formación que inicia su recorrido los roza y los acaricia con un viento; las puertas se abren y todos entran en tropel, codazos, pisotones y empellones son válidos para hallar en donde colocar el trasero.
Se pone en movimiento el tren y en la siguiente estación nos espera un espectácula muy similar, solo que ahora son muchos mas los que quieren subir y el espacio es menor. El estrecho andén queda vacío y sus mosaicos lustrosos y pulidos por millones de suelas durante años; volverá a llenarse con otra marea en humana en cuestión de segundos.
Rostros compungidos entre el sopor y el aire malsano que estacíón a estación se enrarece, se apretan contra puertas, vidrios y parantes. A pesar de todo muchos se dejan vencer por el sueño y realizan una corta siesta que al menos durante algunos minutos los transporta a otro lugar, mejor, hemos de suponer.
El tren se mueve graciosamente por el túnel y se descomprime, habiendo algo mas de espacio comienza el comercio. La variopinta fauna de vendedores, mendigos y artistas que habita estos túneles aborda el tren, en ocaciones de a varios por estación.
Alguien que vende pañuelos descartables deja un paquete del artículo en la rodilla de cada pasajero sentado, muchos de los cuales no llegan a enterarse debido a duermen en ese momento. El artículo es retirado en una segunda vuelta sin novedad.
Un ciego aborda el tren y tras repetir su letanía, comienza a deslizarse por el bagón el cual parece conocer como si fuese el living de su casa. Al llegar al otro extremo se baja en la estación que siguen y camina por el andén para tomar otro tren en sentido contrario, todo esto sin guía y en mas negra oscuridad.
Un payaso salta dentro del coche y comienza a contar chistes. La rutina se repite dia tras día y termina en una triste autojustificación que en todo contrasta con su hilarante anterior discurso.
Niños pequeños de la mano de su padre infectado de HIV, personas mutiladas en accidentes, liciados en silla de ruedas, ninguna barrera arquitectónica los detiene en su afán.
Un mago que realiza asombrosos trucos y hace las delicias de los pasajeros por monedas, en asombroso equilibrio por los vaibenes y sacudidas de vías en mal estado.
De repente alguien comienza a hablar al público con tono afeminado, elevando la voz en demasía para que no sea apagada por el fragor del tren sobre los rieles. Pide solidaridad para hallar a su gato perdido. Otra persona igualmente alza la voz en el otro extremo del vagón que le contesta groseramente y se entabla una discusión áspera que acaba siendo el acto de un troupe de saltinbanquis que actúan a la gorra.
Un conjunto de músicos ofrece tonadas afrobrasileñas, espera en el adén para abordar un tren no tan lleno y ofrecer sus canciones. Para matar el tiempo realizan una exibición de Capoaira.
Arte en los túneles ofrecida en pequeñas dosis, inmejorables oportunidades de practicar la caridad o de aprovechar alguna oferta.
Nuestro viaje finalizará en alguna estación y seremos arrojados de vuelta a la superficie exterior por alguna escalera, mecánica o no.