martes, julio 03, 2007

Fauna del subte

por Alberto Panduro - corresponsal en Buenos Aires capital del Caos

La inclemente campanilla del reloj despertador y las millones de agujas del frío. Una entrada a un túnel en el piso succiona a las gentes y de repente aparecenmos disparados por los túneles del subte, las luces pasan por a nuestro lado con monotonía, por una bifurcación del túnel aparece una marea humana que ha bajado de otro tren, muchos se unen a nuestro recorrido.
Aire enrarecido como el aliento de alguna criatura subterránea, aire caliente en pleno invierno, el subte tiene su propio microclima que se manteniene inerte todo el año merced de la falta de ventilación adecuada, los equipos eléctricos, la estrechez de los pasillos y los millones de pares de pulmones que luchan a diario en su interior.
Sobre el andén, indefectiblemente todos pisan la línea amarilla y se balancean dormidos. Una nueva formación que inicia su recorrido los roza y los acaricia con un viento; las puertas se abren y todos entran en tropel, codazos, pisotones y empellones son válidos para hallar en donde colocar el trasero.
Se pone en movimiento el tren y en la siguiente estación nos espera un espectácula muy similar, solo que ahora son muchos mas los que quieren subir y el espacio es menor. El estrecho andén queda vacío y sus mosaicos lustrosos y pulidos por millones de suelas durante años; volverá a llenarse con otra marea en humana en cuestión de segundos.
Rostros compungidos entre el sopor y el aire malsano que estacíón a estación se enrarece, se apretan contra puertas, vidrios y parantes. A pesar de todo muchos se dejan vencer por el sueño y realizan una corta siesta que al menos durante algunos minutos los transporta a otro lugar, mejor, hemos de suponer.
El tren se mueve graciosamente por el túnel y se descomprime, habiendo algo mas de espacio comienza el comercio. La variopinta fauna de vendedores, mendigos y artistas que habita estos túneles aborda el tren, en ocaciones de a varios por estación.
Alguien que vende pañuelos descartables deja un paquete del artículo en la rodilla de cada pasajero sentado, muchos de los cuales no llegan a enterarse debido a duermen en ese momento. El artículo es retirado en una segunda vuelta sin novedad.
Un ciego aborda el tren y tras repetir su letanía, comienza a deslizarse por el bagón el cual parece conocer como si fuese el living de su casa. Al llegar al otro extremo se baja en la estación que siguen y camina por el andén para tomar otro tren en sentido contrario, todo esto sin guía y en mas negra oscuridad.
Un payaso salta dentro del coche y comienza a contar chistes. La rutina se repite dia tras día y termina en una triste autojustificación que en todo contrasta con su hilarante anterior discurso.
Niños pequeños de la mano de su padre infectado de HIV, personas mutiladas en accidentes, liciados en silla de ruedas, ninguna barrera arquitectónica los detiene en su afán.
Un mago que realiza asombrosos trucos y hace las delicias de los pasajeros por monedas, en asombroso equilibrio por los vaibenes y sacudidas de vías en mal estado.
De repente alguien comienza a hablar al público con tono afeminado, elevando la voz en demasía para que no sea apagada por el fragor del tren sobre los rieles. Pide solidaridad para hallar a su gato perdido. Otra persona igualmente alza la voz en el otro extremo del vagón que le contesta groseramente y se entabla una discusión áspera que acaba siendo el acto de un troupe de saltinbanquis que actúan a la gorra.
Un conjunto de músicos ofrece tonadas afrobrasileñas, espera en el adén para abordar un tren no tan lleno y ofrecer sus canciones. Para matar el tiempo realizan una exibición de Capoaira.
Arte en los túneles ofrecida en pequeñas dosis, inmejorables oportunidades de practicar la caridad o de aprovechar alguna oferta.
Nuestro viaje finalizará en alguna estación y seremos arrojados de vuelta a la superficie exterior por alguna escalera, mecánica o no.

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